La cuenta regresiva para el inicio del Mundial de fútbol, 2026, que tendrá verificativo en Estados Unidos, Canadá y México, cada vez es menor y cómo es una costumbre en nuestro país, los preparativos de última hora se llevan a cabo a contrarreloj.
El principal pendiente es la entrega del remozado Estadio Banorte que se denominará estadio Ciudad de México durante la justa mundialista, el cual se ha señalado que quedaría listo para el primer trimestre del año con la finalidad de que albergue el partido amistoso entre México y Portugal.
Por otro lado, los preparativos de movilidad e infraestructura en inmediaciones del Coloso de Santa Úrsula también se llevan a cabo a marchas forzadas, por lo que el panorama para conocer las fechas de conclusión aún es incierto.
Otro punto fundamental dentro de los trabajos de preparación es la remodelación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, en los que ya se trabaja de igual manera, para estar en condiciones óptimas para recibir a millones de visitantes que arribarán a dicha terminal aérea durante el mundial.
Además, también se ha expresado la preocupación por la denominada “limpieza social” que se llevará a cabo en las inmediaciones de los estadios mundialistas, sobre todo por problemas de drenaje y de transportación, los cuales buscan ser resueltos de la mejor manera.
El caso es que los preparativos están en marcha, dándole prioridad a fortalecer la logística y mejorar la tecnología en las instalaciones, aunque el tema de la infraestructura urbana también forma parte medular de las modificaciones que se pretenden lograr.
Vamos a ver la capacidad de respuesta de las autoridades y el comité organizador, acompañado de la iniciativa privada, para que dichos trabajos puedan ser entregados en tiempo y forma.
Reforma electoral: ahorrar en democracia, gastar en gobernabilidad
Ni duda cabe que el tema más importante que se abordará en el próximo periodo de sesiones ordinarias en el Poder Legislativo –en febrero próximo– es la iniciativa en materia electoral que habrá de enviar la titular del Ejecutivo Federal, Claudia Sheinbaum Pardo.
Se trata de una redefinición profunda del sistema político, de sus contrapesos y de la forma en la que se expresa la pluralidad: en democracia modificar las reglas nunca es un asunto menor.
Entre sus virtudes, la iniciativa habrá de recoger un reclamo social real: el alto costo del sistema electoral. México tiene uno de los aparatos electorales más caros del mundo. Reducir dispendios, compactar estructuras y hacer campañas menos onerosas puede fortalecer la confianza ciudadana.
Sin embargo, no se trata de adelgazar el sistema electoral a “tijeretazos”. El proceso tiene que hacerse de manera quirúrgica, saturar más a un Instituto Nacional Electoral (INE) que apenas puede con sus funciones sería contraproducente. En ese contexto la propuesta de desaparecer los órganos públicos electorales y concentrarlos en el INE suena eficiente; sin embargo, debilitaría uno de los pilares del federalismo: la capacidad de las entidades para organizar y vigilar sus propios procesos democráticos en pro de un centralismo malentendido.
Este debate se agrava cuando se observa el tratamiento simultáneo del árbitro electoral. Ha trascendido que la reforma va a plantear reducir su presupuesto y su estructura, al tiempo que se le asignan más responsabilidades. Una ecuación peligrosa en la que se quiere obtener más con menos y así las cuentas difícilmente saldrán bien en detrimento de unos procesos electorales democráticos y transparentes.
A ello se suma la discusión sobre la eliminación de los legisladores plurinominales, el otro eje crítico de la iniciativa. Sin representación proporcional, las minorías políticas –ideológicas, regionales o emergentes– quedarían en la práctica fuera del Congreso. El sistema mayoritario tiende a sobrerrepresentar a las fuerzas dominantes y a silenciar a quienes no ganan distritos, aun acumulando millones de votos. En ese ámbito la combinación de un árbitro electoral debilitado y un Congreso menos plural tendría que ser motivo de una gran preocupación.
La narrativa oficial insiste en que no se busca controlar al árbitro ni excluir voces, sino hacer más eficiente el sistema. Pero en democracia la eficiencia no puede ser el valor supremo. La diversidad, la competencia y los contrapesos no pueden ser vistos como fallas a corregir, sino garantías frente al abuso de poder.
La reforma electoral puede ser una oportunidad histórica para corregir excesos, poner coto a la corrupción y modernizar instituciones. Pero peligrosamente puede tornarse en un atajo para concertar decisiones, reducir la representación y debilitar la arquitectura democrática.
Son incuestionables los abusos del pasado; sin embargo, todo en su justa medida. Una democracia más barata a costa de una menor diversidad y menos vigilada puede terminar saliendo más cara. No por cuidar los centavos terminemos por dilapidar los pesos.
Diciembre en el trabajo
Diciembre suele ser el mes donde coinciden dos realidades: por un lado, el cierre de proyectos, entregables y metas y por otro, los compromisos personales propios de la temporada. Esa mezcla puede incrementar la carga de trabajo y hacer más difícil la desconexión, incluso cuando el calendario “invita” a bajar el ritmo.
Más que una discusión sobre “si se descansa o no”, los datos del Termómetro Laboral de OCC, la bolsa de trabajo en línea líder en el país, sirven para entender cómo se vive realmente el cierre de año y qué ajustes pueden ayudar.
Por ejemplo, 62% de las personas trabajadoras afirma que sí toma vacaciones en diciembre; dentro de ese grupo, 38% lo hace cada año y 24% sólo si la carga de trabajo lo permite. Al mismo tiempo, 25% señala que nunca toma días de descanso en esta temporada, y 13% menciona que sólo se toma vacaciones si se las aprueban.
Otro aprendizaje relevate es que diciembre no se siente igual en todos los equipos: 44% percibe que la carga disminuye (por la temporada o porque otras personas salen de vacaciones), mientras que 42% considera que aumenta y 14% que se mantiene igual. Esta diferencia ayuda a explicar por qué algunas áreas logran cerrar con cierta calma y otras llegan al límite: no es un “tema de actitud”, sino de dinámicas operativas distintas.
Visto así, la oportunidad para las empresas está en convertir estas señales en planeación: calendarizar descansos con anticipación, definir coberturas, priorizar entregables críticos y acordar criterios claros para aprobaciones. La idea no es detener la operación, sino ordenarla para que el cierre no dependa de improvisación. En palabras de Karla Villanueva, Gerente de Inteligencia de Negocio y Mercado de OCC, anticipar cargas y periodos de descanso permite mantener la operación y facilitar una desconexión ordenada.
Al final, diciembre también funciona como termómetro de gestión: muestra qué tan preparada está una organización para cerrar fuerte sin desgastar de más. Leer estos datos como aprendizaje, y no como juicio, puede ayudar a llegar a enero con equipos más enfocados, con mejor continuidad y con una cultura que entiende que la productividad también se cuida planificando el descanso.